sábado, 1 de diciembre de 2007

AMOR A QUISQUEYA "EL SAPO Y EL AMIGO ESCORPIÓN"

Sobre una roca inmensa y con sus ojos abiertos como luna llena, un simpático sapo observa el enorme caudal de agua que va río abajo. Su intención aparente es cruzar al otro lado. Toma unos minutos mientras dibuja en su mente el mapa de la ruta que tomará para cumplir su objetivo. Calcula con mucho cuidado sobre qué piedra saltará primero, luego la otra y la otra; en fin, trazar bien el pedregoso camino que lo llevará a su destino.

Su profunda concentración es interrumpida por un peligroso amigo, el escorpión, que lo saluda percibiendo las intenciones del anfibio. Mira las aguas también, pero con mucho nerviosismo. El intimidante insecto sabe de sus limitadas posibilidades de cruzar al otro lado por mayor que fuera su urgencia. Su torpe caminar y la incapacidad para dar grandes saltos de piedra en piedra, le declaraban una vez mas que sería una locura intentar el cruce.

Había mirado por lo menos en cuatro ocasiones las aguas y también al sapo. Tenía solo una opción: Preguntarle al sapo si lo podía cargar sobre sus lomos hasta el otro lado del río. Ahora, ¿quién convencería al sapo de semejante cosa? La urgencia se impuso: “Oiga amigo sapo; veo que está listo para cruzar. ¿Podría subir a sus lomos y así llegar al otro lado?” El sapo no podía creer semejante propuesta. Le responde con firmeza: “Claro que no. Sería la mejor manera de ambos morir. En medio del río podrías clavar tu ponzoña sobre mí; moriría en segundos y tú caerías ahogándote en las aguas. No me parece buena idea”.

El escorpión no se da por vencido e insiste con su propuesta. Ahora le añade una garantía: “No debes temer. Yo no soy estúpido. ¿Cómo podría yo clavarte mi ponzoña arriesgando mi propia vida? De ninguna manera. Además, recuerda el instinto de sobre vivencia que nos fue dado. No podría atentar contra mi mismo. Vamos, déjame subir a tus lomos”.

El saltarín lo piensa y le encuentra sentido a su ponencia. “Bien, sube. Pero no olvides que nuestras vidas están en juego”. El sapo da su primer salto a su tramo inicial. Da el segundo, el tercero, pero en el cuarto, el escorpión saca la ponzoña y la clava en el ingenuo anfibio. “¿Qué hiciste? Tú prometiste… tú dijiste”. El sapo trataba de reaccionar, pero ya era tarde, ahora era cuestión de segundos. Pero si sorprendido estaba el sapo, sorprendido también estaba el escorpión que le responde al sapo: “Bueno, verdaderamente no puedo negar lo que soy, soy un escorpión. Es mi naturaleza”.

La Biblia nos enseña sobre la caída de la raza humana, y los resultados de la misma. La naturaleza de las personas se volvió inclinada al mal. Tenemos en nuestro interior pasiones que se levantan como banderas ondeando sobre nuestras cabezas. Somos capaces de hacerle daño aun a la gente que decimos amar, las que juramos defender y cuidar.

La realidad de nuestra naturaleza pecaminosa la podemos observar manifestada en la vida diaria. La infidelidad matrimonial, el maltrato de niños en el seno del hogar. La vergüenza sobre los padres por la osadía de un hijo necio. El empleado de confianza robando a su patrón. El funcionario distinguido que toma y pone en su bolsillo lo del pueblo. El líder religioso que defrauda a su rebaño por predicar lo que no vive.

Personas que pensaron que eran incapaces de defraudar a los demás vieron y experimentaron que como el “amigo escorpión” tienen la capacidad de dañar y dañarse. Hogares destruidos, hijos heridos, padres deshonrados, ovejas dispersadas, empresas arruinadas, pueblos engañados, son los resultados de la ponzoña de nuestra naturaleza. El Apóstol Pablo se encontró de frente con su realidad:

“Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a alcance. En mi interior me gusta la ley de Dios, pero veo en mí algo que se opone a mi capacidad de razonar: es la ley ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo?” Romanos 7:21-24

Ante esta dura realidad, el Apóstol se pregunta, y lo hace de manera ilustrativa, “¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo?” Allí mismo en el próximo verso lo contesta:

“Solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Romanos 7:25

Jesucristo en la cruz nos da poder sobre el pecado y sobre nuestra naturaleza. Su Espíritu Santo nos da poder para vencer la tentación y someter nuestra vida a la voluntad de Dios. Nuestras “ponzoñas” llenas de pasiones desordenadas, envidias, avaricia, amarguras, ahora son convertidas en “ponzoñas” de amor y entrega por los demás.

Joaquín Pérez – Popín
Pastor General FCAQ

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