miércoles, 26 de diciembre de 2007

La columna de Miguel Guerrero

Por: Miguel Guerrero

La decisión del presidente Fernández de encabezar él mismo la distribución de canastas y cajas con raciones navideñas, en abierta y frenética competencia electoral, lo ha mostrado al país como el político que en el fondo es y no el estadista que sus colaboradores y seguidores pretenden.

Las fotografías e imágenes de televisión grabando los momentos en que el jefe del Estado entrega con sus propias manos estas cajas con lemas de campaña y adquiridas con fondos públicos, no elevan su figura.

En cambio ponen a rodar toda su concepción de la modernidad que ha caracterizado su discurso desde que emergió muy joven, y contra todo pronóstico en aquellos días, a la cúspide del poder, en virtud de una mezcla del azar y su innegable talento y dotes de orador.

Podría alegarse en favor suyo que otros dirigentes nacionales han incurrido en igual práctica, y eso es lo que la hace de su parte precisamente deplorable.
Que un candidato de oposición reparta dinero, alimentos y bebidas navideñas entre familias pobres es criticable por cuanto esa modalidad de campaña implica una comercialización de las necesidades de la nación.

Se presume, además, que lo hace con recursos propios.

Pero que un presidente en ejercicio incursione por esa ruta en lugar de utilizar los recursos del poder para disminuir los altos niveles de indigencia mediante programas de inversión en las áreas sociales, es sencillamente desconsolador y no permite alentar esperanzas de real progreso y desarrollo.

Estas viejas prácticas de clientelismo político que la dirigencia nacional insiste en preservar, constituye una fuente permanente de corrupción y dispendio.

Y fomentada desde la cima del poder crea distorsiones en el proceso democrático. Las imágenes de estos repartos presidenciales que nos ha enseñado la prensa confirman que muy poco, realmente muy poco, ha cambiado en este país.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do

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