viernes, 14 de diciembre de 2007

AMOR A QUISQUEYA "Renunciemos a la mitología cristiana"

Aquel viernes santo nunca se me olvidaría en toda mi vida. El frondoso árbol de mango sería testigo, por sus propias heridas, de mi temeridad. Durante mi niñez, “viernes santo” era para mí el peor día del año. Con su buena intención, pero con una falta crasa de conocimiento bíblico, nuestra abuela nos enseñó que durante ese día no se podía hacer prácticamente nada, solo rezar, comer pescado y estar callados y tranquilos. No se podía jugar, reír de forma destemplada, trabajar y mucho menos clavar en la madera.

Con doce y trece años, respectivamente, mi primo Víctor y yo teníamos una pasión descontrolada por el baloncesto. No éramos culpables de esto. Haber crecido en la ciudad cuna del baloncesto puertorriqueño, San Germán, nos obligaba en convertir este deporte en parte esencial de nuestras vidas.

Con el corazón casi por explotar le dije a mi primo: “Pásame los clavos y prepárate para subir el canasto que lo vamos a fijar en la mata de mango”. Mi familia había decidido pasar ese viernes mayor en la casa de una tía donde no había una cancha de baloncesto a diez kilómetros a la redonda.

Mi primo Víctor y yo construimos un canasto con un aro de una goma de una bicicleta vieja y con un panel de madera improvisamos el tablero. Solo faltaba clavarlo en la mata de mango, cosa que no se podría; “si clavamos en el árbol este sangrará, no se puede porque es viernes santo”.

Mi primo me pasó los clavos, tomó nuestra “obra maestra” por la parte inferior del tablero, lo subió lo mas que pudo y con el martillo en mi mano fuerte (la izquierda), clavé uno por uno los cuatro clavos para así poder saciar nuestro deseo de jugar básquet.

Sudando, mas por el nerviosismo de haber provocado al dios de mi abuela, finalmente fijamos el tablero con la canasta en la mata de mago. Claro está, no sangró como era de esperarse. Sentí que me liberaba de algo que en ese momento no entendía pero que cuatro años más tarde entendería: “Conoceréis la verdad y la verdad los hará libres”.

No me acuerdo la reacción de mi querida abuela. Han pasado tantos años que de verdad no me acuerdo. Si recuerdo con mucha claridad sentir un peso caer de mi corazón y desde luego jugar con mi amado primo “Vitin” hasta el anochecer. Ahora puedo entender que Dios, el Dios revelado en las Escrituras, se alegró conmigo. Ese “viernes santo” había traído bendición a mi vida. Comenzaba a despojarme de la mitología cristiana.

¿De dónde hemos sacado nuestra doctrina cristiana? ¿Del folklore, de la tradición de nuestros abuelos y padres; de nuestras propias ideas y conceptos? ¿Cómo es que algunos hemos sostenido nuestra fe sobre una mitología al igual que los antiguos griegos?

El problema de anclar nuestras vidas sobre dogmas anti-bíblicos es que le imponemos yugos y cargas pesadas sobre las personas. Mi abuela quería que yo temiera al Señor y que lo respetara por lo que utilizó “mandamientos” mitológicos para bendecir mi vida. Ella hacía lo que seguramente hicieron con ella. Esto logró que mi corazón rechazara y se rebelara hacia ese dios que me aterraba.

Ahora bien, no podemos construir nuestra cristiandad divorciada de la Palabra de Dios; viciada de tradiciones y supersticiones que contradicen la verdad sencilla y hermosa que el Espíritu Santo ha revelado en la Escritura. Esto provocará que las personas no deseen tener nada que ver con ese “dios” deforme por los mandamientos de hombres. Nuestros corazones quedan vacíos y poco anhelantes de Dios.

La Palabra de Dios nos muestra un Dios amoroso, un Padre justo que no da por inocente al culpable, pero perdonador; que en Cristo Jesús extiende su brazo de misericordia para todos lo que se arrepientan. Y desde luego, un Dios que se goza de ver jóvenes, entre otras cosas, jugando al básquetbol.

Los años pasaron y el Dios de la Escritura se reveló a mi vida cuando apenas yo tenía diecisiete años. Meses después, Doña Regina (mi abuela) le entregaba su vida al Señor a los casi ochenta años de edad. Liberándose por fin de todo un yugo de terror, confusión y oscuridad. Abrazó al único Salvador y Señor revelado en la Palabra de Dios, Jesucristo.

¿Mi primo Víctor? Este fue firmado en la liga de Baloncesto Superior, la liga más alta en Puerto Rico. Ganó un campeonato y un subcampeonato con los Indios de Canóvanas. Tuvo una carrera corta, seis años, pero fructífera.

Renunciemos a la mitología cristiana, que no es otra cosa que la cristiandad infectada de tradición, superstición y alejada del fundamento bíblico. Acerquémonos al Dios de las Escrituras. Abracemos la cristiandad a la manera de Cristo.

“Conoceréis la verdad y la verdad los hará libres”.
Juan 8:32

Joaquín Pérez – Popín
Pastor General FCAQ

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