sábado, 25 de agosto de 2007

¿Para dónde irán los indios?

A los que tienen la habilidad para desprenderse de la política y la pelota, los dos deportes nacionales de multitudes, seguramente no le habrán pasado por alto dos importantes revelaciones de la encuesta Gallup para HOY publicada a lo largo de esta semana: que el 57 por ciento de los dominicanos y dominicanas están dispuestos a irse del país, y que casi la misma proporción, el 55 por ciento, se consideran indios.

A decir verdad ambos datos ya habían aparecido en anteriores investigaciones sociales. Pero no dejan de causar sorpresa y preocupación. Porque cada vez es más frecuente escuchar la determinación de muchos de abandonar el país, sobre todo los jóvenes, los que tienen ilusión de vivir, progresar y garantizarse un futuro sin incertidumbres.

Pero el hecho de que tantos se consideren descendientes directos de Anacaona y Hatuey, obliga a preguntarnos para dónde irán los indios dominicanos, en qué sociedad piensan asentarse sin abrir nuevos cauces a la frustración, y en qué medida seguirán negados a aceptarse y partir de lo que son.

El problema es que en todas partes se están cerrando las fronteras para la inmigración, por cierto la mayor incongruencia o contradicción con este mundo tan globalizado e interdependiente. Pero cada vez será más difícil encontrar colocación en las brechas laborales de la emigración, aunque por suerte las fuentes europeas adolecen de descrecimiento poblacional y tendrán que seguir recibiendo una cuota para sostener la población tempranamente jubilada.

La reducción de las posibilidades emigratorias tendrá efectos negativos, como el de la disminución de las remesas que han jugado un papel tan importante en el precario equilibrio macroeconómico dominicano, donde el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos pasará este año de los mil 600 millones de dólares. Es decir que gastamos en el exterior mucho más de lo que podemos.

Pero a la nación le conviene que sus hijos dejen de pensar tanto en la huida y acepten la realidad de que esta es la tierra que les fue legada y que aquí tienen que labrar un futuro donde quepan los sueños colectivos. También tendrán que aceptar su realidad étnico cultural y dejar de negar el ascendiente negro bajo el eufemismo de indios.

Con la emigración se ha aliviado la carga social dominicana, tanto por vía del empleo como de las remesas. Pero se ha marchado una proporción muy grande del segmento medio y bajo que no se resigna a la pobreza y el atraso, que tiene fuertes impulsos desarrollistas, que abomina de la pereza y la neutralidad en que se refugió el indio.


El país no puede seguir quedándose solo con los conformistas, muchos de los cuales viven perezosamente esperando el situado de la remesa. De esa forma el futuro es sombrío. Es como esas empresas donde las oportunidades de progreso y las condiciones laborales son tan pobres que emigran los mejores, los que no se conforman con el mínimo.

El dominicano tiene que aborrecer lo minimalista, la neutralidad, el pesimismo y convencerse de que es posible reorganizar esta sociedad, cambiarla profundamente, hacerla habitable. Pero eso sólo será posible multiplicando los militantes de los sueños, los que viven de pies, las mujeres y hombres libres, orgullosos de lo que son y lo que tienen.

Parten el alma los que sólo piensan en escapar, los que no enfrentan la realidad en que viven, los cobardes, los que no se rebelan ante nada y lo aceptan todo pasivamente. No es sobre esas piedras que se podrá edificar la nueva nación dominicana con fuertes instituciones democráticas, sino sobre el rechazo a la cobardía y la mediocridad.


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Por Juan Bolívar Díaz

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