miércoles, 21 de noviembre de 2007

AMOR A QUISQUEYA "Cuando se pierden los sueños"

Posiblemente eran como las dos de la madrugada cuando, al salir de un restaurante en la ciudad de Miami, un grupo de ministros y yo nos topamos con una mujer deambulante aparentemente drogada. Esta mendigaba en el parqueo del establecimiento. Por su acento identificamos que era de nacionalidad cubana. Se nos acercó y sin pudor ninguno nos pidió dinero.

La pregunta en mi corazón no se hizo esperar: ¿Qué hace esta inmigrante cubana mendigando en las calles de Miami? ¿Esto fue lo que vino a hacer de Cuba a Miami, mendigar, drogarse? ¿Qué pasó con los sueños de trabajo, progreso y bienestar para los suyos?

Precisamente, el grupo de ministros cristianos que nos reunimos en el restaurante estábamos dando los últimos toques y salvando detalles de nuestro viaje a nuestra hermana República de Cuba. Saldríamos en tres horas hacia la Habana a colaborar con hermanos cubanos en varias iglesias cristianas de distintas denominaciones que soñaban (y aun sueñan) con una patria mejor.

En Puerto Rico, mientras esperaba en un semáforo la luz a mi favor, un joven andrajoso y evidentemente drogado se acercaba a mi vehículo y me pedía dinero. Le miré a los ojos y le dijo: ¿Qué soñabas cuando niño? ¿Qué querías hacer con tu vida: pedir en las calles, drogarte y matarte poco a poco? Bajó su mirada, no sin antes ver mi rostro lleno de compasión por él. Compasión que nace de haber conocido el amor de Dios.

Lo irónico era que durante esos días mientras yo recibía quimioterapia, ó sea, drogas para poder vivir y superar el cáncer, él las consumía para morir. Quizás intentando apagar dolores profundos en su corazón.

Lo irónico también era que ambos estábamos enfermos; yo con cáncer, él en la drogadicción. Solo había una diferencia: yo tenía sueños y le pedía al Señor más años de vida; él le pedía a la droga que acabara con su vida. Posiblemente él, en algún punto de su vida, perdió sus sueños y con ellos el deseo de vivir.

Un divorcio, un abuso sexual en secreto, una infidelidad, una palabra hiriente de alguien significativo; un abandono, un rechazo, un accidente, un abrazo que nunca llegó; la muerte de un hijo, la pérdida del empleo, la inversión que se perdió, la traición de un gran amor; solo pregúntate, ¿Qué echó a perder tus sueños?

Necesitamos acercarnos al dador de los sueños. A Aquel cuyos pensamientos para nosotros y nuestras familias son pensamientos de bendición y de bienestar. Solo Dios tiene el poder de darnos la capacidad de superar situaciones difíciles; Dios tiene el poder para sanar nuestras heridas, quitar la vergüenza del pasado; Dios tiene el poder de levantarnos de todo fracaso y en muchas ocasiones darnos sueños nuevos conforme a su corazón.

Cuando se pierden los sueños es el momento perfecto para volvernos a Dios, y correr humildemente a sus pies. Reconociendo nuestro fracaso y nuestra derrota. Dios será la respuesta a nuestra necesidad porque nos ama, porque le importamos y porque Él tiene sueños y planes en su corazón para nosotros. Estos planes Dios los revelará a nuestro corazón en la medida que le conozcamos y nos acerquemos al Él.

“Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo.

Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a mí en oración y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, porque me buscarán de todo corazón”. Jeremías 29:11-13

Joaquín Pérez – Popín
Pastor General

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