miércoles, 7 de noviembre de 2007

AMOR A QUISQUEYA "Dios en medio de la tormenta"

Mientras escribo estas líneas, aun se escuchan reportes de radio sobre los damnificados en todo el territorio nacional. Mi corazón se entristece. La lista de muertos y desaparecidos parece que irá en aumento. Son hijos, hijas, padres, madres, hermanos, hermanas, sobrinos, sobrinas, amigos, amigas y vecinos de alguien. Son como nosotros, dominicanos, hijos de esta patria.

Para los que escuchamos la información son solo números. Estadísticas para ser acumuladas en alguna oficina gubernamental o algún interesado de la Organización de Naciones Unidas (ONU) o de la Organización de Estados Americanos (OEA). Nos alivia saber que no nos pasó a nosotros. Algunos hasta pensarán que algo así no nos pasará; “eso a mi, nunca me pasará”.

En octubre del año 2001, el Dr. Salvador Gómez Veloz le daba un diagnóstico a mi dolor abdominal: Linfoma. Cáncer en el sistema linfático. Se manifestaba con tumores en diferentes partes de mi cuerpo. “¡Cáncer! Esto es un error. Dios mío, ¿dónde estás? Esto no me puede estar pasando a mí. Esto le pasa a otros pero no a mí. Yo soy quien ayuda a los que le pasan cosas como éstas; a mi se supone que no me pasen”. Un huracán llegaba a mis costas.

Durante la espera por la tomografía, examen que nos daría una idea de la extensión de la enfermedad, las noticias transmitidas en el televisor de la sala de espera notificaban la muerte del profesor Juan Emilio Bosch y Gabiño. No sé si me entristecí; creo que me alegré de su muerte. Mi alegría era entendible. Con treinta y tres años y un recién diagnóstico de cáncer podía hasta pensar que el profesor Bosch era privilegiado al vivir tantos años.

El profesor sellaba con su muerte una vida de trascendencia histórica no solo en Dominicana, también en la patria grande, América Hispana. ¿Por qué a él se le conceden tantos años de vida? En cambio, yo tengo una aparente sentencia de muerte en mi cuerpo.

Siempre tendremos preguntas sin resolver respecto a situaciones que ocurren, sobre todo estas que nos dejan con la sensación de que Dios nos ha dejado. Estas que nos hacen preguntar: Dios, ¿dónde te fuiste?

Seis años después de ese evento, mi vida y la vida de mi familia no ha sido la misma. Una vez alguien dijo: “Lo que no me mata, me hace más fuerte”. El cáncer fue, para mi esposa y para mí, una escuela de fe y de amor.

El tratamiento con quimoterapia, los incontables exámenes, los fastidiosos estudios invasivos, el coraje, los desvelos, las lágrimas, las dudas, los temores, las largas esperas, las recaídas, los dolores, el cansancio, el silencio, las preguntas, los demás pacientes que morían a mi lado, nada, pero nada de esto impidió que viéramos a Dios en todo el proceso. Nada impidió que recibiéramos su paz y su gozo en medio de la tormenta.

Dios estuvo desde antes del diagnóstico con nosotros y aun seguía allí. ¿Quieres saber donde está Dios en tu tormenta? Donde mismo lo dejaste antes de la difícil situación. Si no lo tenías cerca, búscalo. Él desea estar contigo en medio de tu tormenta.

Sin duda, debemos cuidarnos durante la crisis de nuestros verdaderos enemigos. Esos son: la autocompasión, la queja, el orgullo, la ceguera que no permite ver el propósito de Dios en la angustia; la negación, el corazón poco reflexivo, la desesperanza, el aparentar que somos fuertes cuando en realidad necesitamos a los demás; el no humillarnos delante de Dios arrepentidos, buscando su gracia. Finalmente, el no aprender, crecer y madurar en estas escuelas de fe y amor que todos viviremos mientras nuestro peregrinaje se prolongue en esta vida.

Lamento profundamente las dificultades que produjo la tormenta Noel en muchas hermanas y hermanos nuestros. Los que perdieron sus parientes, sus casas y sus pertenencias. Pero hay cosas que “la tormenta” no nos puede arrebatar: el amor de Dios. La esperanza y la fe en Él. Las ganas de levantarnos con las fuerza que viene del Señor de en medio de los escombros de las diferentes “tormentas de la vida” que como Noel atentan con robarnos la vida, la fe y las ganas de vivir.

Todavía puedo escuchar el eco de las palabras de mi esposa Anabel en mi corazón cuando con angustia le dije que tenía una sentencia de muerte; me dijo: “No Popín, tu tienes una sentencia de vida”. Tenía razón mi querida esposa. Años después tenemos más vida que antes. Por el solo hecho de tener a Dios en medio de la tormenta.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Romanos 8:35, 37-38


Joaquín Pérez – Popín
Pastor General
FQAQ

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