martes, 13 de noviembre de 2007

La columna de Miguel Guerrero

Lo cierto es que este señor Hugo Chávez es un provocador. Ha chocado con la mayoría de sus colegas del hemisferio, contra quienes no ha tenido consideración alguna.

Desde el presidente Bush, nada más y nada menos que de Estados Unidos, pasando por los de México, el de ahora y el anterior, el de Perú, Alan García, y todo el que no vea con gusto su sueño de redentor universal, incluyendo obispos y cardenales dentro y fuera de su país, han recibido el fuego de su retórica. Los ha llamado terroristas, asesinos, borrachos y lacayos.

Su agresivo discurso no guarda las formas protocolares que se estilan en los medios en que se mueve por su condición de jefe de Estado de una gran y generosa nación como lo es Venezuela.

No desperdicia escenario alguno, especialmente aquellos que ofrecen gran espacio a su histrionismo, tan al estilo de Bucaram, el ecuatoriano aquel que todo el mundo recuerda con pena.

Le tocó ahora el turno a la Cumbre Iberoamericana, donde no respetó reglas, ignorando el tiempo permitido para discursos, insultando a un ex presidente ausente, el español José María Aznar, sobre un tema que no venía al caso y que ofendió a la delegación de ese país que le pidió respeto por las ideas, a lo que él, por supuesto, no está acostumbrado.

La amonestación del rey Juan Carlos, quien lo mandó a callar, y la lección de tolerancia que le ofreciera Rodríguez Zapatero al intervenir a favor de la dignidad de su oponente, son memorables por más que Chávez no alcance a comprender la dimensión del papelazo que ha hecho y la vergüenza que en el plano internacional esto significa para el pueblo venezolano.

El izquierdismo de Chávez es un anacronismo y es incorrecto pretender que su anti-norteamericanismo lo convierta en un revolucionario. Abusa con el petróleo de su país y cree que puede desafiar a todo el mundo. La verdad es que este tipo debe tener un tornillo flojo.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do

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