
Desde el presidente Bush, nada más y nada menos que de Estados Unidos, pasando por los de México, el de ahora y el anterior, el de Perú, Alan García, y todo el que no vea con gusto su sueño de redentor universal, incluyendo obispos y cardenales dentro y fuera de su país, han recibido el fuego de su retórica. Los ha llamado terroristas, asesinos, borrachos y lacayos.
Su agresivo discurso no guarda las formas protocolares que se estilan en los medios en que se mueve por su condición de jefe de Estado de una gran y generosa nación como lo es Venezuela.
No desperdicia escenario alguno, especialmente aquellos que ofrecen gran espacio a su histrionismo, tan al estilo de Bucaram, el ecuatoriano aquel que todo el mundo recuerda con pena.
Le tocó ahora el turno a la Cumbre Iberoamericana, donde no respetó reglas, ignorando el tiempo permitido para discursos, insultando a un ex presidente ausente, el español José María Aznar, sobre un tema que no venía al caso y que ofendió a la delegación de ese país que le pidió respeto por las ideas, a lo que él, por supuesto, no está acostumbrado.
La amonestación del rey Juan Carlos, quien lo mandó a callar, y la lección de tolerancia que le ofreciera Rodríguez Zapatero al intervenir a favor de la dignidad de su oponente, son memorables por más que Chávez no alcance a comprender la dimensión del papelazo que ha hecho y la vergüenza que en el plano internacional esto significa para el pueblo venezolano.
El izquierdismo de Chávez es un anacronismo y es incorrecto pretender que su anti-norteamericanismo lo convierta en un revolucionario. Abusa con el petróleo de su país y cree que puede desafiar a todo el mundo. La verdad es que este tipo debe tener un tornillo flojo.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do
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