martes, 20 de noviembre de 2007

La columna de Miguel Guerrero

La tormenta Noel, con su enorme secuela de destrucción, ha desnudado nuestra pobreza. Ha puesto otra vez de relieve la marginalidad y la desprotección que afectan a grandes masas de población que nacen, crecen, subsisten y mueren carentes de oportunidades.

Noel nos ha enfrentado a realidades espantosas a las cuales debemos mirar de frente y asumir la responsabilidad de superarlas. La crudeza de esas realidades hacen inaplazable todo esfuerzo necesario para reducir en la medida que sea posible, en el corto y mediano plazos, las grandes desigualdades sociales que hacen de nuestro modelo político un experimento fallido.

Las imágenes que todavía los diarios y las estaciones de televisión presentan de los refugios y las zonas más castigadas por la tormenta son estremecedoras.

La repartición de alimentos y medicinas no es suficiente, como tampoco lo es la entrega de zinc o de pequeñas sumas de dinero para inducir a los damnificados a abandonar los refugios, por cuanto esto sólo lograría la repetición, que el gobierno ha prometido impedir, de los asentamientos que contribuyeron a magnificar los daños y hacer de Noel una verdadera tragedia nacional.

Ahora el gobierno está ante una terrible disyuntiva. Numerosos planteles escolares están siendo utilizados como refugio y con el paso del tiempo la situación pudiera afectar el desenvolvimiento del año escolar, ya muy precario por la pérdida tradicional de horas de clase.

Esa otra realidad de nuestro deficiente sistema de enseñanza estatal coloca a los alumnos de escuelas públicas en desventaja frente a quienes asisten a colegios de paga. Sacar a esos damnificados sin proporcionarles un techo seguro sería inhumano.

Dilatar indefinidamente una solución comprometería el programa escolar. Las autoridades no parecen tener idea de cómo salir de este terrible legado de Noel y la imprevisión.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do

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