domingo, 28 de octubre de 2007

AMOR A QUISQUEYA "¡Vana ilusión, vana ilusión! ¡Todo es vana ilusión!"

Siempre recuerdo con mucha claridad mi primer viaje a los Estados Unidos. Vivía en Puerto Rico junto a mi madre, mi abuela, mi tío (papá de crianza) y mi hermana. Tenía apenas 13, de los casi cuarenta diciembres con que cuento. Después de varios años de espera, mi papá biológico había logrado convencer a mi abuela de permitirnos pasar unas vacaciones de verano junto a él en su casa en California.

Mi hermana y yo no lo podíamos creer. Dona Regina, nuestra abuela, había dicho que si. Los preparativos fueron bien prematuros. Todo debía ser perfecto. Con sumo cuidado compramos cada artículo necesario para la travesía. Hasta la ropa para abordar la aeronave debía ser nueva.

Mi corazón construyó expectativas gigantescas sobre esas seis semanas con nuestro extrañado padre. Pensaba en todo que representaba estar con él, en su mundo carente de necesidades y lleno de comodidades y posibilidades.

Conocer, además de la casa de mi padre, los diversos parques de diversiones de ese gran estado norteamericano le añadían a ese viaje un toque mágico. Sentía como si mas allá del viaje no hubiera mañana; como si el tiempo se convertiría en eterno o como si nuestra difícil vida en Puerto Rico vida se tornaría maravillosa luego de ese verano del año 82’.

Llegó el día de la salida. Una queridísima tía viajó desde Santo Domingo para acompañarnos desde San Juan hasta el aeropuerto de Nueva York, donde al avión haría escala por varias horas. Con su bendición, nos despedimos de nuestra tití; abordamos la segunda aeronave en Nueva York con destino a la ciudad de Los Ángeles.

Era mi primer viaje en avión. Las horas parecían días. Recuerdo que a mis zapatos nuevos ya no los aguantaba, tampoco la correa. Mi camisa “Ocean Pacific” parecía un papel ajado por el ajetreo del largo viaje. Casi nueve horas de vuelo para un campesino dominico-boricua era demasiado. Pero en mi corazón latía la certeza de que valía la pena todo el esfuerzo. Una vez en brazos de mi querido padre olvidaría todo. “Me subiría en lo que fuera con tal de estar con papi”. Le dije durante el viaje a mi hermana.

Con mucho sueño, cansados y turbados por el cambio de hora llegamos a los brazos de nuestro padre quien nos recibía junto a su esposa en el aeropuerto de Los Ángeles. ¡Por fin, un sueño hecho realidad!
Las seis semanas pasaron tan rápido como mis expectativas. Las visitas a los parques, museos, grandes centros comerciales, juegos de grandes ligas, playas y todo el amor de mi padre no llenó algo muy profundo de mi corazón. Disfrutamos tanto mi hermana y yo, pero el “y ahora qué” estaba presente luego de cada actividad, y mas aun luego del fin de las vacaciones.

¿Cuáles son tus sueños? ¿Sobre qué o quién tienes tus expectativas? ¿Qué estarías dispuesto a hacer por lo que desea tu corazón? La verdad es que muchas cosas que te propongas las vas a alcanzar. Pero una vez las alcanzas, ¿qué?

Soñaste con casarte. Lo lograste, felicidades. ¿Ahora qué? El carro nuevo, la casa, la empresa, el campeonato de tu equipo favorito. El ascenso, el aumento de salario, la visa, el viaje, el bebé, la candidatura, el premio mayor, la chica, el chico; solo dime, ¿dónde has puesto tus esfuerzos y tu fe para ser feliz, para sentirte satisfecho o lleno?

Insatisfacción. Esa es la palabra que describe la dura realidad para muchos que han trabajado duro por sus metas y sueños. Los que han hecho “largos viajes” buscando lo que creyeron les daría una eterna dosis de satisfacción y felicidad. Los que en vano pretender llenar de agua tinajas sin fondo.

“Los ríos van todos al mar, pero el mar nunca se llena… No hay nadie capaz de expresar cuánto aburren todas las cosas; nadie ve ni oye lo suficiente como para quedar satisfecho”. Eclesiastés 1:7-8

¿No será que solo Dios llena con su amor y propósitos nuestras vidas? ¿No será que Dios es quien le da sentido a nuestros sueños y expectativas? La vida no tiene sentido sin Dios. Ningún sentido. Ninguno. La vida sin Dios es solo ilusión, vana ilusión. No te confundas, llena tu vacío. Llénate del amor de Dios. Acércate al Rey.

“El hacer muchos libros no tiene fin, y el mucho estudio cansa. El discurso ha terminado. Ya todo ha sido dicho. Honra a Dios y cumple sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre.

Eclesiastés 12:12-13


Joaquín Pérez – Popín
Pastor General FCAQ
Jarabacoa, R. D.

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