jueves, 6 de septiembre de 2007

La columna de Miguel Guerrero

Nadie en su sano juicio quiere para este país un gobierno de fuerza, ni mucho menos una situación de facto. Pero una buena parte de la población anhela una mayor exhibición de autoridad frente al desorden que se observa en muchas facetas de la vida nacional, tanto a nivel público como privado.

Aquí no se respeta la ley, ni las reglas del tránsito. Cualquiera se adueña de un espacio público o construye una vivienda o instala un negocio en un área verde.

Los promotores de condominios y edificios de oficinas se apropian de las aceras y avenidas para depositar allí sus materiales de construcción.

Los conductores de autobuses se estacionan en lugares prohibidos y compiten salvajemente por pasajeros, poniendo en peligro las vidas de los usuarios de ese pésimo servicio y transitando a altas y temerarias velocidades por zonas urbanas y en áreas escolares, en total y absoluto desprecio de las señales y las normas que regulan el tránsito.

Por ese camino, la nación se convertirá en la selva que todos tememos y que aquellos acostumbrados a pescar en río revuelto desean para continuar haciendo de las suyas.

Carecemos de buenos ejemplos. Y entre nosotros el que no corre vuela. La delincuencia y criminalidad creciente que padecemos de un tiempo a esta parte, no es más que el reflejo de ese desorden producto de la falta de autoridad.

Notamos esa ausencia en la escuela, los hogares y en todo lugar donde nos desenvolvemos. Bajo el peso de esa carencia se han ahogado muchos de los valores que alguna vez la sociedad apreció en su justo valor.

Cosas aparentemente sencillas pero que marcan la diferencia, como el saber dar los buenos días y pedir permiso para levantarse de una reunión o entrar a una sala ocupada.

Nuestros jóvenes han olvidado dar las gracias y las caras hurañas han suplantado, en calles y oficinas, aquellas famosas sonrisas propias del alegre temperamento nacional.

Miguel Guerrero es escritor y periodista mguerrero@mgpr.com.do

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